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El hueso del diseño: un homenaje a los costureros

  • Foto del escritor: Liz  Almeida
    Liz Almeida
  • 25 ene
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 9 abr


 

"En mi familia, la máquina de coser ha sido una extensión natural de las manos de las mujeres." Esta declaración, sin duda, puede resonar con miles de latinos, en cuyos hogares la destreza con aguja e hilo ha sido transmitida de generación en generación, desde nuestras abuelas hasta nuestras madres y tías. Es un arte que, en su sencillez, satisface tanto una necesidad como una expresión creativa; un legado que, hoy en día, sustenta una de las industrias más fundamentales del mundo: la moda.


POR LIZ ALMEIDA 25 DE ENERO 2025.


Pero hablando de lleno, ¿Cuántas veces hemos considerado el rostro de quienes, en silencio, dan forma a esas prendas que usamos con orgullo? Más allá del diseño, más allá del glamour, hay manos que, con paciencia y precisión, dan vida a cada costura, a cada pliegue. Y aunque tradicionalmente las mujeres han sido las guardianas de este arte, hoy son muchos los hombres que también, con igual destreza y dedicación, aportan su talento al tejido de esta historia. Es necesario, entonces, detenernos a honrar no solo el legado de las costureras, sino también el de aquellos hombres que, con igual amor por la aguja, nos permiten vestir los sueños de la moda.


Desde los primeros días de la moda, las costureras han sido el alma silenciosa que da vida a cada prenda. En los talleres de alta costura de París, donde nacen los sueños de la moda, hasta las fábricas que tejen las historias de la industria global, ellas han estado presentes, siempre tras las sombras del glamour, pero siempre esenciales. Como guardianas de las agujas, han hilado no solo tela, sino también la evolución misma de la moda.





La historia de las costureras es, en muchos sentidos, la historia de la moda misma. Desde los bordados más delicados en los vestidos de alta costura hasta las prendas que surgen de las máquinas en los rincones más humildes del mundo, la destreza de las costureras ha sido el puente entre la visión de los diseñadores y la realidad palpable que llevamos con orgullo.


Cada puntada, cada pliegue, cada corte es una manifestación de su habilidad. Su conocimiento en técnicas ancestrales como el bordado, el patronaje y la confección no solo es una habilidad técnica; es un arte que, en manos de las costureras, se convierte en un lenguaje silencioso, capaz de transformar simples trozos de tela en una obra de arte.


Sin ellas, la moda no sería más que un sueño imposible de realizar. Ellas son las arquitectas invisibles de nuestra vestimenta, las que convierten los bocetos en formas, las ideas en tejidos, y nos permiten llevar sobre nuestros cuerpos las historias que los diseñadores sueñan.





Hablamos de un trabajo que va más allá de la técnica; es una destreza que exalta el arte del detalle, desde el primer corte hasta la última puntada. Con una precisión y paciencia que, en su sutil cohesión, logra transformar ideas abstractas en creaciones tangibles. Cada prenda no solo cuenta una historia, sino que lleva consigo la historia misma de quien la ha hecho, añadiendo un significado profundo, casi invisible, que trasciende lo que la prenda refleja a simple vista.


Sin embargo, tras la aguja y el hilo, existe una realidad que a menudo se pasa por alto:

las costureras enfrentan condiciones laborales que reflejan lo opuesto al valor que aportan. Jornadas interminables, salarios que no corresponden a la magnitud de su trabajo, y un reconocimiento que rara vez se traduce en justicia. Ellas son las manos invisibles que, día tras día, convierten los sueños de la moda en algo tangible, pero a menudo son las últimas en ser reconocidas por su esfuerzo y su arte.


Cada prenda que sale de sus manos lleva consigo no solo la historia de la moda, sino la historia de un esfuerzo incansable, de horas de trabajo que rara vez se reflejan en lo que reciben a cambio. La sociedad sigue celebrando las grandes marcas, las pasarelas llenas de glamour, sin detenerse a reconocer a quienes, en los talleres silenciosos, dan forma a esas creaciones.


Es urgente que empecemos a valorar este trabajo desde sus cimientos. Reconocer a las costureras es reconocer no solo el arte que crean, sino el alma de la industria misma. Es un llamado a los diseñadores, a las marcas, pero también a los consumidores, para que comprendan que cada puntada lleva consigo un esfuerzo humano que merece ser apreciado. Solo entonces podremos, como sociedad, rendir el tributo adecuado a quienes han tejido, con cada hilo, las historias que vestimos.



Les debemos más de lo que imaginamos, y en este punto, argumentar por qué resulta casi redundante. Sin embargo, nunca estará de más enfatizar que, sin su trabajo, la moda tal como la conocemos no existiría. Visibilizar su labor y las condiciones que, en muchos casos, no reflejan el alto valor que poseen es un primer paso crucial. Pero nuestra apreciación debe ir más allá de simplemente otorgar créditos en las colecciones. Debe trascender en una verdadera celebración de su labor, a través de acciones concretas, como el consumo de moda ética y sostenible, que respete y valore su trabajo.


Y, tal vez lo más importante: desde lo individual, pensar en las manos que trabajaron arduamente para crear nuestras prendas. Aunque no sepamos sus nombres ni sus rostros, hay una conexión invisible que se establece entre nosotros y ellas. Agradecer que, con sus horas de esfuerzo, hoy podemos vestirnos con prendas cuya ejecución no es tarea sencilla. Este agradecimiento, por abstracto que pueda parecer, se convierte en un acto de valoración hacia lo invisible pero intrínsecamente presente en cada hilo, en cada costura. Al honrar a las costureras, estamos honrando, al mismo tiempo, la esencia misma de la moda: la unión de creatividad, técnica y humanidad.


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